Baltasar Lobo. Breve biografía de un zamorano en París
El día 22 de febrero se cumplen 111 años del nacimiento de Baltasar Lobo y queremos recordarle con esta breve reseña biográfica.
Zamora puede presumir de contar con el legado artístico de uno de los escultores españoles esenciales del siglo XX, cuya extraordinaria producción se encuentra expuesta en la ciudad del Duero, en diferentes espacios públicos y en el museo monográfico a él dedicado.
La sencillez, el trabajo incesante, la sensibilidad y un talento innato para tallar, son los fundamentos de su obra.
Baltasar Lobo nació en el año 1910 en Cerecinos de Campos, provincia de Zamora, y desde muy joven mostró unas dotes asombrosas para la escultura, que, gracias al aprendizaje del oficio y a su formación en el taller vallisoletano del imaginero Ramón Núñez, fue desarrollando y mejorando hasta adquirir una gran destreza en los trabajos de talla.


En 1927 ingresa en la Academia de San Fernando gracias a una beca de la Diputación Provincial de Zamora. Tres meses después decide abandonar los estudios académicos, por el hastío que le producen las enseñanzas teóricas y por su sed de aprender los secretos de la técnica, directamente en la acción de los talleres.
A finales de la década de los 20 comienza a entrar en contacto con las vanguardias. Visita la exposición Españoles residentes en París, celebrada en 1929 en el Jardín Botánico de Madrid, que le producen una gran impresión y gracias a la cual se entusiasma con Picasso, Gargallo, Miró, Gores o Dalí.
En ese mismo período, las visitas al museo arqueológico de la capital producen en él una impresión determinante pues a partir de ese momento comienza a manifestarse la ruptura con las raíces académicas.
A partir del año 1933, la presencia en su vida de Mercedes Guillén y la convulsión cultural y social de aquellos tiempos modelan su personalidad y generan una evolución importante de su obra. Mercedes era una mujer independiente y culta, muy comprometida con las ideas libertarias, y de hecho será con ella con quien viaje por primera vez a París, en 1935.
Con el estallido de la Guerra Civil, comienza la época de mayor compromiso político de Lobo, pero también la época más convulsa a nivel personal.
Su traslado a Barcelona, junto con Mercedes Guillén, supondrá el enrolamiento como miliciano de la cultura en el bando republicano, y su colaboración como ilustrador de diversas revistas anarquistas, como por ejemplo Mujeres Libres.


En 1938, en plena guerra civil muere su padre en un bombardeo, que además destruye su taller, un acontecimiento dramático que seguramente influyó en la decisión de abandonar España y exiliarse en Francia, muy poquito antes de que finalizara la guerra.
El exilio comienza con la reclusión en un campo de concentración para españoles, situado en el sur de Francia, donde padece algunas de las experiencias más duras para la existencia de cualquier ser humano: la separación de su compañera, internada en otro campo de concentración, las penurias, el hambre, la soledad, las condiciones infrahumanas a las que tuvieron que enfrentarse miles de exiliados.
A pesar de las adversidades, Lobo y Guillén consiguen reunirse y en la primavera del 39 llegan a París, donde, con el amparo de Pablo Picasso, conocen a algunos de las más importantes figuras del momento como Julio González, Pevsner y sobre todo Henri Laurens.
El contacto con las vanguardias da lugar a una búsqueda compulsiva con los correspondientes vaivenes estilísticos. La protección y generosidad de Henri Laurens fue para el artista más importante que su influencia.
En 1946 disfruta de las primeras vacaciones, el primer contacto con el aire libre, con la vida. Ello le permite contemplar el juego de las madres y los hijos. Esta visión es el origen de una serie importantísima en la obra del Escultor, las maternidades, en las que expresa el movimiento, el juego, la libertad, la ternura, los contrastes sorprendentes entre la estabilidad y el dinamismo:
«Mi trabajo actual es como siempre, figurativo; es decir, abstracto. Parte forzosamente de una figuración. Se hace abstracción que se simplifica, que se sintetiza. Y por simplificar esa realidad entiendo concentrar la emoción con el fin de sentirla y comunicarla.”
A partir de los años 50 la obra se va haciendo más extrema, aproximándose a resultados en el límite de la abstracción, en los que podemos observar la síntesis de sentimientos que relacionan las figuras y en cierto modo la exaltación de la vida frente a los tiempos pasados en los que la muerte había sido una presencia permanente.
«En la etapa más radical de los 50, las figuras de Lobo permanecerán en todo momento, por muy diversos que sean sus ejes de desplazamiento frente al naturalismo, esencialmente fieles a una lógica anatómica, sobre la que se asienta la fascinación clasicista». (Fernando Hucici)
En los 60 Arp y Brancusi, se convierten en las principales referencias, y en algunas de las obras se reconocen citas, que son en general, más conceptuales que formales.
La simplificación convierte sus obras en esquemas volviendo a territorios de naturalismo. En este periodo se aprecian transformaciones en las que se observa una búsqueda intensa de la modernidad, pero manteniendo como eje de referencia constante el desnudo femenino. Las figuras son frontales, pueden ser rodeadas con la mirada y están concebidos para serlo.
En los años 70 las piezas tiene un nuevo carácter, el movimiento, que consigue con ondulaciones aparentemente casuales, pero que aportan a las esculturas una extraordinaria energía. «Resulta difícil no maravillarse ante su facilidad para dilatar la piedra o el bronce con un vitalidad y una energía que apenas se encuentran». Gaston Diehl
La extraordinaria serie de las maternidades y los fragmentos del cuerpo humano, los torsos en los que se acerca a la abstracción renunciando a su obsesión clasicista, citan y en muchos casos superan a los mejores de sus contemporáneos.
En 1993, y en plenitud creadora muere en la ciudad de París a los 83 años de edad.
Autor: ArteDuero