El día que Granada pudo ser cristiana: Alfonso el Batallador se presenta a las puertas de la ciudad
Todos conocemos bien la fecha de 1492. Granada, la última ciudad en manos musulmanas que queda en la Península Ibérica es tomada por Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos. Pero lo quizá muchos no recordamos es que la ciudad pudo haber sido tomada más de tres siglos antes por un rey aragonés, con el apoyo de los mozárabes granadinos.
En 1090 Abd-Allah, último monarca Zirí, entrega la taifa de Granada al emir almorávide Yusuf ibn Tashufin. Los nuevos dueños del territorio exportarán desde el Magreb una ortodoxia fiscal y religiosa más rígida que anteponen a lo que ellos consideraban unas costumbres demasiado ‘relajadas’ en Al Ándalus. Entre otras cosas, esta nueva forma de gobernar supondrá un aumento importante de la presión ejercida sobre las otras dos comunidades religiosas que existen en la ciudad: cristianos (mozárabes) y judíos.
Viendo peligrar su propia supervivencia, los mozárabes granadinos vuelven sus ojos hacia el rey cristiano de moda: Alfonso I de Aragón, un rey de profundas convicciones religiosas y que probablemente albergaba en su interior el deseo de haber partido en una cruzada a Tierra Santa. Para convencerlo, le enviaron multitud de misivas e incluso recibe la visita de una delegación encabezada por el noble Ibn Qalas, rogándole que viniera, que ellos mismos pensaban abrir las puertas desde dentro. Le ofrecían 12000 hombres (teniendo en cuenta que el reino de Aragón por aquella época andaba por las 130000 almas). Le relataban las riquezas de Granada: una Vega fértil y riquísima, una producción de seda de una calidad excepcional, agua en abundancia, una ciudad bien cercada y con dos castillos (la actual Alcazaba de la Alhambra, y las Torres Bermejas). En fin, una perita en dulce que los propios Almorávides habían convertido en su ‘capital’ en el territorio peninsular.
El Batallador se veía creando un principado cristiano en el corazón de Al Ándalus, como ya hiciera el Cid en Valencia. Y así nació la que pasó a la posteridad como la ‘Hueste de España’.
El ejército aragonés se puso en marcha, camino del sur. La apuesta era arriesgada ya que tenía que internarse hasta lo más profundo del territorio andalusí. Pero por otro lado, el rey también es consciente de que los Almohades le están poniendo las cosas difíciles a los Almorávides y les disputan el poder en el norte de África. Así que parte del ejército almorávide está al otro lado del Estrecho de Gibraltar luchando por poner orden en el Magreb.
La entrada de las huestes aragonesas en lo que hoy es la provincia de Granada será por Baza. Pero pasan de largo al ver que la ciudad está bien defendida y enfilan su camino hacia Guadix. Aquí se instalarán para pasar la Navidad de 1125, y después de un mes sin que ningún ejército les plante cara ponen rumbo a Granada.
Mientras tanto en la ciudad, el gobernador Abu Tahir – que no parecía estar muy dotado para esto de gobernar- intenta que le envíen ayuda desde Murcia y Valencia, a la vez que solicita auxilio a su hermano, el emir almorávide Alí ibn Yusuf. Y los mozárabes, por su parte, empiezan a acariciar la posibilidad de verse liberados del yugo impuesto por los nuevos gobernantes.
Alfonso llega en enero de 1126 y se instala en Nívar (al lado de Alfacar). Un enclave desde el que puede contemplar la imponente imagen de Granada en medio de su Vega con el telón de fondo de Sierra Nevada. La ciudad es grande, unas 60000 personas si la comparamos con la Zaragoza de la época que rondaba los 17000 habitantes. Está muy bien defendida y sería difícil de asediar ya que cuenta con la propia defensa natural de las montañas. A eso hay que añadir que no traen máquinas de asalto, pues hubiera sido imposible transportarlas en un viaje tan largo.
Dentro de la ciudad, los mozárabes están muy controlados por las autoridades locales y, probablemente ya se les han comenzado a aplicar castigos por la más que evidente traición cometida: haber traído al enemigo hasta los alrededores de Granada. Así que queda descartada la idea de que puedan abrir las puertas al ejército aragonés desde dentro, tal y como se había previsto en un principio.
El rey no tardará mucho en comprender que no va a poder tomar la ciudad al asalto. Y lo que empezó como un idilio con hermosas misivas, acaba con reproches: Alfonso le echa en cara a los mozárabes granadinos que no han cumplido su palabra (aunque le han estado aprovisionando desde que llega, todo hay que decirlo); e Ibn Qalas le dice al rey que podía haber sido un poquito más comedido y no llegar haciendo tanto ruido por el camino, ya que así se había cargado el ‘factor sorpresa’. A los mozárabes no les faltaba parte de razón, porque el rey aragonés había enviado incluso misivas desde Guadix anunciando su llegada al gobernador de Granada.
Este cúmulo de desafortunadas circunstancias, unido a una terrible nevada invernal granadina el 7 de enero de 1126, motivó al Batallador para recoger sus bártulos, levantar el campamento e irse de razzia por el reino. Aún tendrá tiempo de llegar a la zona sur de la provincia de Córdoba, donde vencerá en la batalla de Arnisol (en lo que hoy es Puente Genil) única batalla campal que se le presenta durante su aventura. Y luego pasar por la Costa Tropical donde las crónicas cuentan que efectuó la ‘toma’ simbólica del mar, comiéndose un pescado del Mediterráneo. Detalle importante, ya que en aquel entonces el reino de Aragón ansiaba una salida al mar que aún no poseía.
Ya de vuelta, acampará de nuevo en la Vega granadina, para entender definitivamente que le sería imposible conquistar la ciudad. De manera que pone rumbo a Guadix y de nuevo al norte para regresar a sus dominios.
Una gesta de 15 meses que le consagra como el rey que llevó a cabo lo más parecido a una auténtica cruzada en suelo español. Eso sí, con resultados desiguales. Para los aragoneses el balance fue positivo: consiguen penetrar en territorio enemigo y darse un auténtico paseo triunfal por tierras de Al Ándalus, ante la nula oposición del ineficaz gobernador almorávide. Conforme avanzan, sus filas las engrosan numerosos mozárabes que se irán uniendo, entre otras cosas por miedo a las represalias que podían sufrir en caso de quedarse. La vuelta no fue fácil ya que es un camino largo y penoso, con una marcha ralentizada por la gran columna de civiles que acompaña al ejercito, y durante el recorrido se ven afectados por las enfermedades y continuamente hostigados por las tropas musulmanas. Pero al final les compensó el hecho de llevar consigo a unos 12000 habitantes nuevos a tierras aragonesas. Nuevos súbditos que son recibidos como agua de mayo para repoblar todo el territorio conquistado en torno a Zaragoza y el curso medio del Ebro.
Para los mozárabes que se quedaron, los resultados fueron bastante menos positivos. Muchos acabaron deportados al norte de África a pesar de las conversiones masivas; y los más jóvenes incluso esclavizados y enviados al ejército. En muchos casos perderían sus propiedades, cuando no su propia vida.
De esta manera, entre los que se marcharon, los que se convirtieron y los que fueron enviados al exilio africano, la comunidad mozárabe de Granada, que hasta ese momento había supuesto casi un tercio de la población de la ciudad, quedó reducida a prácticamente cero.
Autor: Daniel Aguilera
Jorge Alonso-Lej / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)
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